domingo, 3 de abril de 2011

Diario de un inmigrante.

Hacía frío. Tenía miedo…

Salí de mi país con mi pequeña familia, mi padre, mi madre y mi hermanita en busca de una oportunidad. Mi sueño siempre había sido poder estudiar y  trasladarnos a Europa sería una gran ventaja para conseguirlo. Hasta ahora lo más que he conseguido es ser como una mercancía, peor tratado que un animal que no le importa a nadie.
Mi familia y yo pasamos muchas penurias para conseguir el dinero para el viaje, teníamos un pequeño puesto en el bazar, vendíamos chilabas, objetos de cristal típicos de aquellas tierras, recuerdos para los turistas que de vez en cuando dejaban alguna pero mísera propina. En mi país, Túnez no se consigue dinero tan fácilmente como en Europa, la gente intenta sobrevivir día a día, y el tener una tienducha a penas da para comer, pero aún así, íbamos saliendo adelante, y ahorrando un poco. El conseguir dinero, exigió el esfuerzo de toda la familia durante mucho tiempo.  Mi madre y mi hermana mayor tuvieron que ejercer oficios de mala reputación, tuvieron que vender sus cuerpos a desconocidos para poder conseguir más dinero y así salir antes de aquella tierra que tan poco nos aportaba, todo por un futuro mejor.  Fue un gran sacrificio. ¿Y para qué? Para un “billete” en un cayuco.
Sí,  como suena, un simple, e inestable cayuco, que a la mínima podría volcar y dejarnos a todos como un recuerdo sumergido en el mar, y que nadie sabría que alguna vez existió. A pesar de la suma de dinero que habíamos acumulado, no bastó para algo mejor, no, y así, mientras Ellos disfrutaban en sus lujosas mansiones, nosotros nos estuvimos jugamos la vida tratando de llegar al otro lado de un mar que, en el mejor de los casos, nos provocaría una pulmonía; o simplemente seríamos devueltos a nuestro país, pero por suerte no fue así. 

No sé exactamente cuantos días pasaron mientras estábamos metidos en aquella embarcación tan mala, empecé a perder la cuenta justo cuando por falta de comida y de agua, mi cabeza se desconectó automáticamente de mi cuerpo, reflejando en mi subconsciente imágenes borrosas, oscuras, llenas de recuerdos amargos. No sé cuanto estuve así, lo único que recuerdo es que cuando me desperté estaba en un hospital, con mi madre y mi padre al lado, pero sin mi hermana; que por lo que mi madre me contó había muerto en el intento, si es que era demasiado frágil como para sobrevivir, la persona que mejor me entendía se había ido para siempre, ¿de qué valía estar allí, o haber trabajado tanto para perder a alguien de tu propia sangre? No valía de nada, absolutamente de nada…

El tiempo pasó, y mi padre encontró un trabajo digno, bueno medianamente, porque al ser un inmigrante sin papeles, no había mucho donde escoger. Mi madre se quedó embarazada, y yo… pues empecé a estudiar como pude en un colegio público. Las cosas me iban muy mal, no sabía a penas hablar el idioma de donde habitaba, España; y la otras familias me miraban extrañados al ver a alguien como yo en este país, era como un bicho raro en una sociedad llena de gente que por ser de otra raza distinta a la suya te mira por encima del hombro. 

Poco a poco, fui aprendiendo a defenderme solo en el que ahora iba a ser mi país, aunque sólo fuera de acogida; y fue entonces cuando puse en práctica este diario que ahora espero que alguien esté leyendo. Con respecto a lo que había venido a hacer aquí, estudiar, lo conseguí, tardé un poco más de la cuenta pero después de todo el esfuerzo terminé la E.S.O. En mi estancia en aquel instituto, conocí a una mujer bellísima, era morena, tenía la piel del mismo color que yo, los ojos verde esmeralda, el pelo negro azabache, y una sonrisa que embaucaba a todo aquel que recibiera una sonrisa suya. Era como un caballo pura sangre, era perfecta. Después de hablar con ella un par de veces me di cuenta de que era la mujer de mi vida, y que sería la madre perfecta para mis hijos, así fue. Hubo demasiadas complicaciones en nuestra relación, ella era de raza gitana, y yo musulmana, se separó de su familia, y mis padres la acogieron como si fuera su hija, por fin algo había empezado a tener sentido, o al menos eso creía...

Cuando todo parecía que me iba bien, que había formado una maravillosa familia y que tenía la mitad de lo que quería, sucedió algo que por poco me hunde para siempre, mis padres, que habían dado todo por mi, fallecieron de imprevisto en un accidente de tráfico. De todas las personas que me importaban, tres ya se las había llevado el destino, y aún así salí adelante.

Después de todo no había llegado a España para dejarme vencer, había ido en busca de una nueva oportunidad, y lo había conseguido con esfuerzo, aunque no fuera por completo. empecé a escribir este diario cuando apenas tenía la mayoría de edad, de eso hace ya quince años, y miles de cosas me han pasado a lo largo de este tiempo. Sucesos que no son más que buenas y malas cosas, lo que a cualquiera le puede ocurrir en esta vida. Ya que ésta no es más que un camino con diversas salidas, y que si te toca la medianamente buena, no te debes quejar, porque eso es mejor que nada.

Si escribí esto, es para que otra gente que esté en mi situación, se dé cuenta de que no sólo ellos pasaron por algo así. Estas líneas espero que sean un aliento esperanzador.
Cuando llegué a España, tenía apenas quince años, y pasé de ser un inocente niño a ser un hombre de repente, fue muy duro, pero al final valió la pena. Conseguí mucho más de lo que tenía, tuvo un precio, pero lo logré: un futuro mejor. Eso era lo que mi padres habían deseado desde mi nacimiento, y me siento orgulloso de ello. Aunque he de decir que lo pasé muy mal, es cierto...

Hacía frío. Tenía miedo.

B.

No hay comentarios:

Publicar un comentario