domingo, 27 de marzo de 2011

Llueve sobre mojado.

Caminaba cabizbaja. No atendía ni a coches, ni escaparates ni a nadie. La lluvia caía a plomo sobre su rostro cansado. Sus ojos marrones se tornaron en un color grisáceo acorde con el día. Su pelo castaño se fue apagando con las horas. Sus carnosos labios estaban cortados de tanto gritarle al cielo que le devolviese lo que era suyo, y su vestido rojo, hecho girones, empezó a tomar un tono más agranatado. Solo estaba ella. Ella y su mundo roto en mil pedazos.
Su corazón pertenecía a aquel que violó su alma, a aquel que prometió cuidarla y que le decía te quiero en las madrugadas. Ni siquiera era capaz de pensar, su mundo se quedó vacío. Vacío porque se había marchado la luz, la ilusión; se había marchado aquel que la llenaba de vida.
Solo deseaba, no emitía ni un sonido. Se intentaba esconder de la cruda realidad del mundo, aunque ya era tarde, se había roto, no supo cuidar de ella misma.

Hoy la han visto. La han visto reírse a carcajadas mientras la lluvia golpeaba su rostro. Tenía los brazos extendidos dándole paso al amor. Su pelo, todavía seco, había vuelto a cobrar aquel brillo, y sus ojos hablaban por sí solos. Sus labios volvían a vestir aquel rojo que dejaba atónito a cualquiera que pudiera observar su perfecta sonrisa.
Se reía porque ya no tenía miedo a la soledad, porque aquello que había roto su mundo en mil pedazos le ayudó a levantarse con más fuerza. Ahora lo sabía.

Y asi, cogió su cuaderno. Entró en su cafetería favorita. Miró, escuchó, calló... Y se sentó a escribir como otro día más. Como el día anterior y como el próximo.

B.

1 comentario:

  1. Que bonito!!!
    Gústame moito, escrbides moi ben!!!
    Ánimo rapazas.
    Un bico Bibi ;)

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